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8 jun 2011

Yo, periodista

Anoche, al acostarme, me puse a pensar cuándo fue que decidí que “periodista” era lo que iba a ser cuando sea grande. Porque pasé por varias cosas, según recuerdo. Alguna vez dije abogado (más por una cuestión de inercia, de decir una profesión que conocía de nombre pero que desconocía de cuajo); médico, pero lo descarté rápido porque soy bastante impresionable; y también “chofer de aviones” (así pensaba de pequeño).
Iba recordando esos pasos y me seguía siendo esquivo el recuerdo de cuándo fue que decidí, o dije por primera vez, acercarme a los medios. Fue apareciendo de a poco.
El primer recuerdo que llegó, fueron las visitas a LT7 de Corrientes, a ver cómo hacía su programa un amigo de mis viejos, el gran César Hermosilla Spaak. Es poco lo que me acuerdo de eso, pero sí recuerdo la mesa llena de revistas y papeles, y el micrófono que me daba un miedo terrible: todo lo que dijera se podía escuchar a kilómetros de distancia.
Después vino la secundaria, y ahí volví a tener contacto con la radio. Una profesora había armado un “taller” de radio con el cual hicimos “Onda Regional” los alumnos de ¡Oh! la querida escuela Regional (perdón, pero me tuve que poner de pié). Eran mis 14 años los que empezaban a hacer sus primeros palotes en la radio. Y les gustaron tanto esos palotes que seguí. Al año siguiente, con tres entrañables amigos, comenzamos a ir a ver cómo se hacía un programa de radio que escuchábamos. Era 1997, y nosotros lo escuchábamos a Mario Law como si fuese un dios. Desconocíamos la existencia de Fernando Peña, y cuando lo conocimos dijimos “es como Mario Law”.
Sin embargo no era igual, y para mi Mario va a ser siempre mucho más que todos los Fernandos Peñas que me quieran traer. Porque, además, era un tipazo. Hablo de Mario en pasado porque le perdí el rastro, no porque haya ido a visitar a Peña, aunque esto último no puedo asegurarlo.
Pero decía que era un tipazo. No cualquiera le da lugar a tres pendejos a los que todavía les duraba el transcurso por la edad del pavo en su programa. Y él nos lo dio. Comenzamos con cositas menores, algunas voces en sketches, nos fue dejando proponer personajes, y seguimos. Sí, ya se lo que parece: nos dio la mano y nos tomamos del codo. Yo también lo creo así.
Unos meses después, Mario se va de la radio y nos deja el espacio a nosotros. Nunca, creo, tuvimos tanta cara de felicidad y al instante tanto cagazo: había que hacerse cargo de 3 horas todos los sábados. Pero lo hicimos, con momentos mas pedorros al comienzo, tratando de usar el aire para ganarnos minitas (sí, éramos como una tribu de Juan Carlos Pelotudos, de Capusotto). Después, poco a poco, fuimos tratando de darle mas contenido al programa. Fueron imprescindibles para que hoy esté escribiendo esto dos personas: Mónica Colunga y Luis Polischuck, que manejaban la radio.
Llegó el momento de terminar el secundario y decidir qué carrera iba a seguir. Eso no fue problema: ya había decidido un par de años antes que quería ser periodista.
A esta altura, ya había fantaseado con ser periodista para:
  • Entrar gratis a los mundiales y recitales (¿les suena, colegas?)
  • Encarnar la imagen del superhéroe que viene a salvar al mundo con el poder de a verdad, o algo por el estilo
  • Ser conocido
  • Hacer la rebolución (esta con “b” intencionalmente)
  • Ser cronista de guerra (esta duró poco, porque en el fondo soy medio cagón, pero no le presten atención a esa minucia)
La etapa de la facultad me permitió conocer a parte de la gente que más respeto me merece en la vida. No voy a nombrar a cada una de esas personas porque tan salamero no soy, pero saben internamente que me refiero a ellas y ellos. También me posibilitó ser alumno de un tipo exigente, muy exigente, pero que al mismo tiempo te enseñaba tanto como exigía. Gracias a eso fue que le saqué un poquito a mi amor incondicional por la radio y se lo convidé a los medios gráficos.
No terminé la carrera, la inconstancia, pachorra, terquedad, pudieron más. Pero no está abandonada, creo.
Iba todo bien hasta que me peleé con el periodismo. No podía ser que existan tantas trabas para ejercerlo de una manera mas o menos como la que tenía en mente. Fue tanta la bronca con eso que hasta me mudé: me fui a vivir a La Plata. El derrotero allá, salvo un par de experiencias, fue por carriles ajenos a esta profesión. Hice de todo, conocí a gente valiosísima, ¡conocí la nieve! Mejor no me podía haber ido.
Todo iba de mil maravillas. Hasta que un día, sin saber cómo ni cuándo, descubrí que me había vuelto a picar el bichito del periodista. Y me inscribí allá para cursar la carrera. Me vine de vacaciones a Corrientes y un amigo, de esos de los que mencionaba más arriba que son merecedores de respeto y admiración, aunque se haga el gil y se tire a menos, me pide que vaya a darles una mano en el diario, que se iba la gente de vacaciones y había que seguir sacándolo. Fui. Después de todo, soy un cobarde que de vez en cuando se anima, no lo piensa mucho, y se manda.
Estuve menos de dos meces ahí dentro, se me terminaron las vacaciones, y debía volver a La Plata. Sí, DEBÍA. Ahora que lo pienso, ya no quería volver, quería quedarme. Duré un mes en la ciudad de las diagonales (a ver, amigos y amigas platenses: se dice LAS diagonales, el slogan de su ciudad ya se los dice; pero ustedes se empecinan en decir LOS diagonales. Ven por cosas como esas es que los abandoné).
El diario va. Estoy aprendiendo, tratando de reflotar cosas que sabía, descubriendo muchas que ignoraba. Y el diario sigue yendo. Tiene la particularidad de ser una empresa recuperada, funciona como cooperativa, lo que le da un gustito diferente. Hay que transpirar más, eso sí. O quizás no, pero es la impresión que me queda tras estos pocos meses dentro.
Con esto llegamos a día de hoy. Todo eso es lo que fue haciendo de mí, entre otras cosas, esto que soy. Lo que viene, todavía esta por escribirse. Y qué mejor que ser periodista para hacerlo!

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