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9 jul 2009

Fulbito multitudinario en la Regional escapando de Duhalde

Por alguna razón desconocida, vuelvo a entrar a mi escuela secundaria después de 10 años de terminado el ciclo. Voy caminando por los pasillos mientras observo cómo está todo, muy cambiado, con gente que me parece muy chica pese a que cuando yo estuve en esa edad me creía lo suficientemente grande como para decidir sobre todo lo que pasara en el mundo. Algo me llama la atención: todos tienen la misma cara, como desdibujada. Alguien me pide que le conecte su celular con una base de datos que tenía yo en mi mochila. La saco y es una computadora que ocupa todo el espacio de un aula de 6m x 6m. Conecto el cacharro a la base de datos y se corta la luz por una sobrecarga de energía. Todos comienzan a correr hacia el patio porque los buhos blancos (que efectivamente daban vueltas por la escuela de vez en cuando) volaban frenéticos alrededor de la gente. Entonces comienzo a bajar la escalera buscando en el bolsillo del pantalón del uniforme (vestía no se por qué el uniforme de la escuela: pantalón azul, camisa blanca, y corbata) mi paquete de cigarrillos. Cuando llego a una de las puertas que da al patio, ya con el Phillip Morris en la boca, Claudio (uno de los preceptores mala onda que había en la Regio) me dice que no puedo fumar ahí, que me va a amonestar. Me río en su cara y lo enciendo. Entonces llama al director por unos tubos que habían instalado en las paredes: ¡el dire es Duhalde! Se pone violento y arma un círculo de policías a su alrededor, todos armados cual soldado yanqui en Iraq. Como respuesta todo el alumnado ahí afuera, incluyéndome, comenzamos un fulbito todos contra todos en la cancha grande, ante lo cual Duhalde y sus canas van desapareciendo. Hago un gol y en el festejo comienzo a saltar, tanto, pero tanto, que llego hasta La Plata, cansado, y me recuesto en mi cama. A los cinco minutos me despierto y me acuerdo de todo esto; y me digo “hay que anotarlo en el bló”.