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26 oct 2009

De viajes en el tiempo y sus deseables consecuencias

Durante los años de la escuela secundaria tuvimos, con un grupo de amigos, una especie de compulsión por ir de campamento. No importaba tanto el lugar, ni la cantidad de gente, ni el posible hacinamiento dentro de la carpa de turno: la cuestión era irse un fin de semana (largo, corto, alargado… cuando se pudiera) a pasar unos días que cortaran con lo normal (éramos un poco anormales). El equipaje llevado: un par de paquetes de fideos guiseros, equipo de mate con suficiente yerba, y 2 paquetes de puchos por día por persona. Ah… y muchas ganas de hablar al pedo de cualquier tema.

Las charlas iban y venían, desde mujeres al significado de una palabra en la tapa de un diario, pasando por política, música, recetas de cocina y fútbol. Puestos a hablar, con terreno por delante y sin réferis, era difícil pararnos. Esto tenía su lado positivo, pero también el negativo: si por casualidad entrábamos en una discusión (se daban muy seguido las casualidades en esa época), los argumentos volaban como una bandada de cuervos desesperados en conseguir su supervivencia nublando todo cielo visible, y el eje de la disputa verbal cambiaba tantas veces en media hora como la cara de Michael Jackson durante sus 50 años de vida. Claro que esto no quedó sepultado con la salida de la adolescencia: aún hoy,con 27 años de promedio, se siguen dando esos escenarios, anuque un poco más espaciados. Es más: llevo 7 años discutiendo con un amigo sobre la manera correcta de pronunciar mi apellido: yo digo que se pronuncia Chipolone, y él sostiene que se debe pronunciar como se escribe, es decir, Cipollone (con elle, no con sh o  y). Esta mañana recordé una de esas charlas.

Eran las 6 de la mañana y estábamos tomando el decimocuarto termo de mate de la noche. Ese campamento había salido a las apuradas y sólo 3 de los integrantes del grupo (Mario, Daniel y un servidor) nos pudimos poner de acuerdo y partir. Habíamos ido a una laguna en Santa Ana de los Huácaras (un pueblito que queda a 12 km de la ciudad de Corrientes) que solía albergarnos en nuestras escapadas campamentísticas. Ya habíamos agotado los temas habituales y ninguno tenía intenciones de dormirse (demasiada mateína en sangre, supongo). Entonces Mario salta con algo sobre los viajes en el tiempo. Calculo que el haber estado hablando de películas habrá tenido algo que ver en la decisión de sacar ese tema. Después de dar rodeos sobre algunas teorías y paradojas (del mono menos científico que se puedan imaginar, y con la menor cantidad de argumentos serios), nos ponemos a charlar acerca de qué información nos gustaría obtener de un hipotético viaje al futuro y con qué objetivo, y de lo que haríamos si tuviésemos la oportunidad de viajar al pasado y cambiar lo que quisiéramos. Se pusieron de manifiesto las virtudes y bajezas de cada uno durante ese lapso de tiempo. A las respuestas habituales (“viajaría al futuro para ver que numero sale en el quini y jugarlo”, o “iría al futuro para ver si soy feliz y en caso contrario me preguntaría cual es la causa, para evitarla antes de que suceda”, etc) se impuso la de Daniel. Hablando ya de accionar en el pasado para cambiar el presente las propuestas mas firmes eran 2: matarlo a Colón para que no haga el viaje de exterminio descubrimiento de América (la mía) y hacer que no se conocieran los padres de un profesor de química que nos tenía medio pelotudos por esos días (la de Mario -teníamos 14 años, qué más se puede pedir).

Hasta que Daniel salto con la suya había estado callado, escuchando lo que decíamos, cebando los mates, y tratando con su mejor cara de esfuerzo en pensar, de que las conexiones neuronales le posibilitaran la formación de un conjunto de palabras coherentes en forma de idea ocurrente. Y parece que de tanto tratarlo se le prendió la lamparita. Mario y yo lo mirábamos como esperando que emitiera algún sonido, que nos de una señal de que no se había vuelto autista, que no era una estatua de cera de nuestro amigo. Se ve que se dio cuenta de que lo mirábamos con cara de decí algo; carraspeó un poco aclarándose la garganta, se tomó otro mate, y con media sonrisa en la cara dijo “yo iría hasta el inicio de los tiempos bíblicos y si veo que Adán se acerca a la manzana, que de cachetadas que le daría”. Fue imposible contener las risas, que se repetían en espasmos hasta que ya era muy entrada la mañana y el sol y la fogata ya cegaban nuestros ojos desvelados. Pero entre esos espasmos había surgido otra discusión: la existencia de dios, si o no.

Por suerte ya era tarde, el humor empezaba a cambiar, y las conexiones neuronales se reducían a´su mínima expresión, casi una caricatura de lo que sería un pensamiento racional. Así que dejamos a dios abandonado en el borde de la laguna, sin temor a que se ahogue, y nos fuimos a dormir. La discusión siguió al levantarnos, pero esa es otra historia.

 

Científicos identifican la mejor manera de ganar dinero

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Un grupo de investigadores del MIT concluyó un trabajo de investigación iniciado en 1998, con el cual perseguían especificar en una fórmula cuál es la mejor forma de ganar dinero.

Las investigaciones se llevaron a cabo con ciudadanos de distintas partes del mundo, de ambos sexos, y de edades variadas, para poder obtener resultados más precisos e inclusivos. En las pruebas desarrolladas en los 6 continentes (África, América, Asia, Europa, Oceanía y la Antártida) la conclusión fue casi unánime, por lo que estiman que el márgen de error es mínimo.

En una rueda de prensa concedida en las instalaciones del MIT en Massachussets, con presencia de periodistas de todas las agencias y periódicos importantes del mundo, hicieron público el descubrimiento.

Es así, entonces, que presentaron su Método Infalible para Ganar Dinero:

TRABAJAR

Así que ya saben amigos, a poner manos a la obra, y a laburar, que nada cae desde arriba en este mundo (excepto las descargas de los baños de los aviones).