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27 sept 2009

Fidel, piercings y Marcianos

Un día como cualquier otro despierto con una carta bajo mi almohada. Está en un lenguaje que desconozco pero entiendo. Firmada por un tal Atr Lwering, de Marte, me insta a que me haga un piercing en la ceja derecha o su flota de guerra acabará con la Tierra. Ante tal sugerencia salgo de casa, tras tomar unos mates con facturas del tamaño de un pan dulce, a buscar dónde realizar la tarea encomendada, Me señalan un local en el que están de oferta las perforaciones. Ingreso, pido por el percinguista, y me siento a esperar en una piñata llena de mercurio. De repente se me aparece Fidel (Castro, no Nadal) y se me ofrece para hacerme el piercing más raro y estrambótico de los que tenía a disposición. A lo cual me niego y le pido uno más tradicional y modesto. “No hay problemas, viejo”, me dice, con la voz del mismísimo… ¡Alf! La tarea de Fidel es rápida e indolora. Termina y pese a que estábamos en una peluquería, noto que no hay espejos en los que pueda ver el resultado de su trabajo. Dudo si reclamarle por uno o si seguir como si nada importase, confiando en la sapiencia y al experiencia en estos menesteres del líder revolucionario cubano. Aunque finalmente decido que quiero ver cómo me había quedado. Me indica que en el bañito del fondo podía mirarme. Señala una puerta vaivén y enfilo hacia ella. Al salir noto que estoy en un patio interno destruido, como si hubiese habido una invasión extraplanetaria que arrasara con todo a su paso. Voy salvando cada obstáculo que hay en esa llanura interminable y llego al pequeño baño (parece un baño químico pero por dentro es gigante). Quedo conforme con el piercing e inmediatamente regreso al patio gigantesco para volver a la peluquería y pagarle a Fidel. Pero el patio ha cambiado radicalmente y un río muy torrentoso ganó el lugar. Queda nada más que una mínima cornisa de piedra por la cual moverme, de unos 15 cm, y con el poco equilibrio que tengo, gracias al peso del piercing que me desbalancea, caigo al río siendo arrastrado entre ramas y una especie de pájaros nadadores. Ante mis gritos ahogados llega Fidel a ayudarme: estira su cabeza hasta posicionarla cerca mío, hace crecer su barba unos 70 cm, y me dice que me agarre de ella. Una vez sujeto, comienza a retroceder y logro salir del agua. Ya adentro del local, y sin haberme mojado nada, me dice que como me salvó, no me va a cobrar nada. Salgo feliz hacia la calle cantando “Walk on the wild side”, de Lou Reed.