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16 oct 2009

Un desayuno a las apuradas hace peligrar el futuro de la humanidad

taza_de_cafe_humeante1Eran las 7 de la mañana en La Plata. Después de amagar una par de veces (bueno, está bien, habrán sido 3 pares en realidad) con apagar definitivamente el despertador, tomé la iniciativa, me destapé, renací al frío de la habitación desde el reconfortante clima debajo de las sábanas y el acolchado, y comencé, de a poco, a despertarme. Porque no siempre estoy del todo despierto cuando me levanto; cosa que sospecho y espero sucede a la mayoría. No me gusta bañarme a la mañana, así que la ducha es generalmente la última actividad de mi día, previa a la de leer un rato en la cama. Entonces al levantarme, luego del aseo dental y facial de rutina, ya estoy listo para arrancar el día.

No estoy acostumbrado a desayunar opíparamente. Un café con algunas galletitas de salvado, una taza de mate cocido con leche y galletitas de salvado, o un termo de mates, si no me urge salir, con su respectiva dosis de galletitas de salvado. No es que sea un adorador fundamentalista de esas galletitas en especial, pero las prefiero a las comunes. Entre otros motivos, porque no son adictivas (con excepción hecha de las Cerealitas, aunque cansan) y con unas 4 o 5 ya es suficiente. Mis preferidas: las Hogareñas. Decía que lo usual en mi día a día es un desayuno a las corridas. Muchos dicen que es algo poco recomendable, por una gran cantidad de razones todas ellas atendibles. Y hoy vengo a darles la razón, y a sumar otro argumento a todos los preexistentes: desayunar a las apuradas (y dormido) pone en peligro la raza humana.

El fundamento de esta afirmación es que hay un gran riesgo de esterilidad en los masculinos (que cana que es esa oración) que obren de esa manera. Es decir, y para que quede bien clara la aseveración: vos, amigo dormilón, si desayunas a las corridas podes quedar estéril.

Hecha la aseveración que nos sirve como punto de partida, pasemos al desarrollo que nos permitirá corroborarla. Y me remito al desayuno de esa mañana de viernes, que consistió en una taza de mate cocido con leche junto a su correspondiente dosis de galletitas de salvado. La idea de un desayuno caliente es que el líquido a ingerir tenga una temperatura que haga honor a la descripción que se hace desde su nombre. Esto implica calentar la leche y la infusión, claro.

En medio de mis cavilaciones matutinas, que incluyen pensamientos sin orden ni relación aparente entre ellos, iba completando el ritual diario desayunístico: la pava sobre la hornalla, el saquito de mate cocido en la taza, y las galletitas y la leche en polvo sobre la mesa. Mientras se calentaba todo, seguía terminando de vestirme.

Estaba fresca la mañana así que una camperita iba a acompañar mi excursión al mundo exterior (tenía que ir a cursar Epistemología de las Ciencias Sociales).  Elegí una que tiene bolsillos bien amplios para poder meter adentro los puchos, el celular, las llaves, los auriculares, y la billetera. El que me viera usando la campera cerrada podría jurar que un tumor raro había crecido en mi abdomen. Pero no me preocupaba demasiado eso. La cuestión es que ya estaba vestido, pero aún me faltaba desayunar y despertarme del todo.

De vuelta en la cocina, voy completando el paso a paso del mate-cocido-con-leche-y-galletitas-de-salvado, que para muchos puede tener poca onda, pero a mí me sirve para arrancar el día y tirar hasta el mediodía con la mayor de las tranquilidades estomacales. Ya en la mesa estaba la taza humeante con su contenido consecuentemente caliente. Fue entonces cuando, mientras me disponía a sentarme en la silla correspondiente a la cabecera de la mesa, el bolsillo de la campera, casi con una mueca de maldad dibujada en sus pliegues de tela, se enganchó con la cuchara que apuntaba directo hacia mi. Ya había arrojado todo el peso de mi cuerpo hacia la silla. Y como podrán deducir, la inercia hizo su trabajo: no podía frenarme y evitar el desastre, aún si me hubiese dado cuenta de lo que estaba a punto de pasar; el cuerpo todo siguió su movimiento descendente hasta que los acolchados cachetes del culo tocaron el asiento (asientizaron), y todo, sí, TODO el contenido líquido a casi 90ºC se acomodó sobre mi humanidad.

Una reacción lógica, y totalmente justificada, hubiese sido una gran puteada. De hecho hubo algo parecido a “la conchelaló, ta madre, ta caliente’sta mierrda” (pronunciado en 2 milisegundos y entre dientes). Pero de seguido me sobrevino un gran alivio. La suerte había estado de mi lado. De haber tenido más fuerza al sentarme, o si hubiese usado al taza más grande, por ejemplo, toda la zona genital se hubiese achicharrado casi transformándose en jamón cocido, salchichas de viena y huevos duros. Pero con unos reflejos de mosca pude correr 2 cm hacia atrás el asiento y apenas hubo una quemadura de segundo grado en parte de la pierna y de la panza.

En conclusión: recuerden lo que les digo: desayunar a las apuradas (y dormido) pone en peligro la raza humana.